La historia contemporánea de nuestro país esta repleta de momentos en los que el Estado mexicano ha respondido con violencia y autoritarismo contra organizaciones y movimientos sociales que, con legitimidad, manifestaban su rechazo a políticas públicas, inequidad, injusticia y abandono. No hay más que pasar por Neza, por la Huasteca –cualquiera de ellas–, la zona de la Cañada en Chiapas, el área metropolitana de Tampico, los barriales de Tijuana, para entender de dónde la indignación, la desesperación y la desesperanza nutren a un amplio sector social.
Me cuesta trabajo, hoy en día, compartir los métodos antidemocráticos y extra parlamentarios con los que algunos grupos manifiestan sus inconformidades. Me parece que desde la democracia no se puede creer en la violencia, ni en las armas, como formas de lucha. Pero no promovamos la ceguera, esas formas de lucha ahí están y no es con el olvido, el silencio y las acciones clandestinas como se resolverán los problemas que se originan frente a la desigualdad en nuestro país. El diálogo es la puerta de acceso a la paz. En democracia, la paz se construye con diálogo, reconocimiento, atención y voluntad.
Ningún gobierno que se considere democrático, debe escatimar esfuerzos que propicien la ruta de la negociación.
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