Por: Alberto Begné Guerra
Presidente del Partido Socialdemócrata
Las elecciones primarias del Partido Demócrata están prácticamente resueltas, pero el final de este proceso dista mucho del entusiasmo inicial, motivado por dos candidaturas tan atractivas como singulares. A diferencia de los repubicanos, cuyas primarias arrojaron muy temprano un ganador, los demócratas han vivido una contienda intensa, sin duda enriquecedora, aunque con altos costos, producto de una confrontación que en distintos momentos degeneró en guerra sucia —a veces soterrada, cada vez más abierta—, promovida desde el equipo de Hillary. El tono de esta contienda interna ha llegado al punto de poner en entredicho el compromiso democrático de la senadora por Nueva York: o bien considera factible un vuelco político en la próxima Convención Demócrata, o de plano ha optado por la destrucción de su adversario, incluso a costa del interés partidario que, por definición, debería ser un interés común.
Primero fue una sana y refrescante confrontación de ideas, propuestas y talantes que, desde cierta perspectiva, significaba un ejercicio de contrastes entre una candidatura del sistema, la de Hillary, y una candidatura que irrumpía en el sistema, la de Obama, pero ambas liberales y socialmente sensibles; en otros términos, una esperanza de cambio, una bocanada de aire fresco en el irrespirable ambiente del acendrado conservadurismo, el desastre político doméstico y la torpeza criminal de Bush en el escenario internacional.
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